Última revisión: 12 de diciembre de 2015
15 de enero de 2016
El paraíso del desconocimiento
El
paraíso del desconocimiento
Última revisión: 12 de diciembre de 2015
Última revisión: 12 de diciembre de 2015
Tengo
la impresión, que el conocimiento desterró al hombre del paraíso de la
ignorancia. Sin embargo rehusamos aceptar este conocimiento ya la consecuente
responsabilidad. La humanidad es cómo un niño que no quiere convertirse en
adulto. Por esto cuidamos, negamos o reprimimos nuestra ignorancia, haciendo caso omiso, de las posibilidades de conocimiento.
La
religión es el intento para explicar la existencia, la vida y todo lo que
existe. Empero desde el punto de vista del ser humano, que vivió hace dos o
tres mil años. Refleja el pensamiento y las asociaciones del hombre de la era
del bronce y del Medioevo temprano: ¿Por qué existe el mundo¡ ¿Por qué existo
yo? ¿Qué significa todo esto? ¿Mi existencia tiene algún significado y cuál
sería este? Estas preguntas siempre se han formulado, también hace 10 000
años.
Religión, es decir, la postulación de un dios creador, es
la filosofía de la mente sin intelecto. Ella intenta explicar la existencia
mediante asociaciones banales.
Luego la
teología es la tentativa de darle a la religión un toque intelectual, de
otorgarle una profundidad que realmente no la tiene. Hace un par de
miles de años, cuando nosotros los humanos aún no sabíamos casi nada sobre las
relaciones, causas y sucesos de la naturaleza, la asociación natural seguramente era, que fue un creador
todo poderosos él que creó todo lo que existe y sucede que de seguro también fue deseado por ese creador.
Y puesto que la naturaleza (en forma de catástrofes
cómo sismos, riadas, rayos o animales peligrosos etc.) es terrible y cruel, se
partía de la base, que este creador igualmente era cruel y castigador. Por esto
el dios bíblico es brutal y violento. Sometimiento y obediencia fue la
respuesta a esta situación.
Fuente:
http://menschenplanet.de/glaubenssysteme/religion/paradies-der-unwissenheit/
Traducido del alemán por A.
Gundelach con la gentil autorización de Michael H. Wolf
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